Sunday, July 20, 2025

Optimizar el Todo: del principio Lean a la práctica real

Introducción

"Optimizar el todo" es uno de los principios fundamentales de Lean y Lean Software Development. Implica dejar de lado las mejoras locales para mirar el sistema completo, desde la idea hasta el usuario —personas, procesos y tecnología— y alinear todo hacia un objetivo común: entregar valor al usaurio de forma rápida y sostenible.

En mi experiencia, muchos equipos creen que están siendo eficientes porque nadie para de trabajar, pero al final el usuario espera semanas (o meses) para ver valor real. He aprendido que la verdadera mejora nace de una visión sistémica, cooperando para que el flujo de valor fluya sin fricciones de extremo a extremo.

Fragmentación: Herencia del Taylorismo

El paradigma del desarrollo de software ha heredado, a menudo inconscientemente, principios arraigados en el taylorismo y el fordismo, concibiendo la creación de productos digitales como una "cadena de montaje" fragmentada. Bajo esta visión, cada fase (análisis, diseño, desarrollo, QA, operaciones) se convierte en un silo funcional, donde los equipos se especializan en tareas específicas y se enfocan en optimizar su eficiencia local.

Sin embargo, lo que en la fabricación de bienes físicos pudo generar economías de escala para la producción en masa, con el tiempo también ha demostrado sus límites al sacrificar la flexibilidad y la capacidad de adaptación rápida a cambios en la demanda o las necesidades del usuario.

En el software, esto se traduce en cuellos de botella crónicos, handoffs costosos y una desconexión fundamental entre quienes definen las necesidades y quienes las implementan. Esta fragmentación rompe el flujo de valor, fomenta la acumulación de "inventario" de trabajo a medio hacer y dificulta la adaptación rápida, resultando en funcionalidades que no resuelven problemas reales o que tardan meses en llegar al usuario, desvirtuando la promesa de agilidad y valor continuo.


Comparison of Taylorism, Fordism, and Lean Thinking—highlighting their core principles and how each has influenced software development practices.


¿Qué ocurre cuando no optimizamos el todo?

A lo largo de los años trabajando con diferentes equipos, he observado que cuando no optimizamos el todo, caemos en la trampa de optimizar localmente, casi siempre con buena intención pero con consecuencias no deseadas. Los equipos pueden volverse muy "eficientes" en sus propias métricas internas, pero si no están alineados con el valor al usuario, el flujo global se ralentiza. Surgen cuellos de botella, se multiplican los handoffs y el trabajo queda atascado esperando en algún sitio.

He visto esto especialmente cuando ingeniería o desarrollo se ve como una fábrica de funcionalidades que "ejecuta" o "implementa" lo que otros deciden. El equipo se limita a implementar, sin entender el problema, la prioridad ni el impacto real en el usuario. Sin aportar su conocimiento técnico a las decisiones. El resultado: soluciones desconectadas de las necesidades reales, feedback lento y funcionalidades que no resuelven el problema.

En mi experiencia, la causa de fondo suele ser una estructura organizativa funcional y fragmentada, heredada del pensamiento "cadena de montaje". Pero he aprendido que el software no se comporta como una fábrica lineal. El software necesita equipos de producto con responsabilidad extremo a extremo, sin silos (backend, frontend, QA, ops, diseño, etc), y con autonomía real para tomar decisiones y operar lo que construyen.

He comprobado que esto no es solo una cuestión de motivación: es la única manera de optimizar el flujo total y entregar valor real al usuario de forma rápida y sostenible.


Cuellos de botella y la Teoría de Restricciones

La Teoría de las Limitaciones (TOC por sus siglas en inglés) nos recuerda que en cualquier sistema siempre existe al menos una restricción que determina la capacidad máxima de entrega. Identificar y gestionar ese cuello de botella es esencial para mejorar el flujo global.




Por ejemplo, en ClarityAI, al principio se sacaban funcionalidades a producción que podían quedarse semanas detrás de un feature toggle, esperando que producto decidiera cuándo abrirlas al usuario. Aunque técnicamente ya estaban listas, el valor no fluía.

Otro ejemplo: cuando existían flujos de trabajo separados por funciones (frontend, backend, data engineering), cualquier cambio podía tardar semanas porque cada grupo optimizaba su propio flujo o cola de trabajo, en lugar de pensar en el flujo global desde el punto de vista del usuario.

(Por suerte, estos problemas específicos en Clarity AI hace tiempo que los solucionamos, pero sirven como ejemplo de lo que puede ocurrir cuando no optimizamos el todo.)

En mi experiencia trabajando con diferentes equipos, he aprendido que acelerar todo indiscriminadamente solo empeora la acumulación y genera frustración. 
Una condición necesaria para poder identificar restricciones reales es que todo el trabajo esté visible. No solo las tareas de desarrollo, sino también testing, operaciones, soporte, automatización, documentación, análisis, coordinación, etc. Si una parte importante del esfuerzo del equipo queda oculta (porque no se registra, no se visualiza o no se considera "trabajo técnico"), es muy fácil que las restricciones reales pasen desapercibidas. Como plantea Dominica DeGrandis en Making Work Visible, lo que no se ve no se puede gestionar ni mejorar. Hacer visible todo el trabajo es un paso clave para tomar decisiones informadas, reducir el trabajo en curso y enfocar mejor los esfuerzos de mejora continua.

La clave está en:
  • Identificar la restricción. Hacerla visible y priorizarla.
  • Explotar la restricción. Darle foco, evitar distracciones y asegurar que siempre trabaje en lo que más valor aporta.
  • Subordinar el resto del sistema. Ajustar ritmos y prioridades para no saturar la restricción.
  • Elevar la restricción. Mejorar su capacidad mediante automatización, formación o rediseño de procesos.
  • Revisar y repetir. Siempre habrá una nueva restricción tras cada mejora.

A lo largo de los años, he observado que cuantas más etapas separadas con colas existan entre la idea y el valor entregado al usuario, más posibilidades hay de que se formen cuellos de botella. Además, si cada etapa pertenece a un grupo distinto (organizativamente hablando), que incluso puede tener agendas propias, es probable que ni siquiera exista interés en optimizar el valor para el usuario. En estos casos, cada grupo puede centrarse únicamente en mejorar su parte del proceso o en no ser percibido como el cuello de botella.

Equipos end-to-end y optimización real

En todos los equipos que he creado, he insistido en que fueran equipos de producto con responsabilidad de extremo a extremo, sin silos para QA, operaciones, seguridad o diseño. La razón es simple: si el equipo no controla ni comprende todo el flujo, no puede optimizar el conjunto y, además, corre el riesgo de no asumir la responsabilidad sobre el producto completo.

Cuando el mismo equipo se encarga de idear, construir, desplegar y operar, se elimina el desperdicio que surge en cada traspaso y se acelera el aprendizaje. Cada miembro entiende el impacto de su trabajo en el usuario final y el valor que realmente se entrega. La responsabilidad end-to-end no solo mejora la calidad técnica, sino que refuerza el enfoque en el valor para el usuario, evitando inversiones innecesarias en optimizaciones locales que no aportan al objetivo global.

En este entorno de trabajo, los perfiles más generalistas, a menudo denominados "T" (por su profundidad en un área y amplitud en otras) o "M" (con varias especializaciones profundas y amplia versatilidad), son especialmente valorados. Estos profesionales, al poder contribuir en múltiples fases del desarrollo y tener una visión más holística, resultan clave donde la eficiencia de flujo es prioritaria.

Si bien los especialistas puros, también conocidos como "perfiles I", siguen siendo necesarios en dominios muy específicos, su rol se transforma: se convierten en habilitadores y educadores, ayudando a escalar su conocimiento y a capacitar al resto del equipo en diversas facetas del producto.

Además, mantener opciones abiertas, trabajar en ciclos cortos y hacer entregas pequeñas permite adaptarse mejor a lo que el negocio y los datos van mostrando. La simplicidad y el corte vertical reducen el riesgo y facilitan el aprendizaje rápido, liberando al equipo de la carga mental de grandes planes cerrados y fomentando la autonomía.

Esta forma de trabajo es inviable cuando el producto debe pasar por diferentes silos antes de llegar al usuario final.

Equipos end-to-end en la práctica: experiencias reales

Cuando formé el equipo en Alea Soluciones, desde el principio empujé para que asumiéramos todas las tareas y funciones posibles. Recuerdo que tanto el CEO como el CTO me ofrecieron la opción de asumir menos responsabilidades, "para tener menos presión y menos trabajo". Pero rechacé esa propuesta: sabía que si nos quedábamos solo con una parte, perderíamos la visión global y la capacidad de optimizar el sistema completo.

Al asumir todas las áreas —desarrollo, soporte, ideas de producto, operación— logramos mantener siempre una visión holística del producto. Esto nos permitió identificar en cada momento dónde estaba el cuello de botella real y actuar donde más impacto podíamos tener, sin depender de otros equipos ni de silos funcionales. Así podíamos decidir si, en un momento concreto, tenía más sentido centrarnos en soporte, en acelerar desarrollos clave o en pensar nuevas funcionalidades, siempre optimizando el flujo total de valor para el usuario.

En Nextail y en Clarity AI, junto con más personas, trabajé para que los equipos evolucionaran hacia un modelo end-to-end, evitando silos de QA, operaciones o producto. En estos casos, aplicamos ideas de Team Topologies para transformar la estructura: pasamos de una organización basada en funciones (infraestructura/operaciones, frontend, backend, data engineering, producto) a una organización matricial de equipos de producto autónomos.

El objetivo siempre fue el mismo: acortar el lead time de cualquier cambio, desde la idea hasta que el usuario lo puede usar. Con equipos autónomos y responsables de extremo a extremo, podíamos entregar valor más rápido, aprender continuamente y mejorar el producto en ciclos muy cortos.

En todos estos contextos, he comprobado que el enfoque end-to-end no solo ha sido una mejora técnica u organizativa: ha sido la clave para mantener una mentalidad centrada en el usuario, reducir desperdicio y optimizar el conjunto, cada día.


Cómo optimizar el todo ayuda a eliminar desperdicio

Uno de los principios fundamentales de Lean es eliminar el desperdicio. Cuando nos enfocamos solo en optimizar partes locales, es muy fácil acumular trabajo que no aporta valor, crear funcionalidades innecesarias o generar retrasos invisibles. En cambio, al optimizar el todo y mirar el sistema completo, reducimos de manera natural múltiples tipos de desperdicio.

En mi trabajo con diferentes equipos, he observado que cuando no pensamos en el flujo global y nos centramos en optimizar "mi parte", aparecen incentivos para generar más funcionalidades, aunque no aporten valor real al usuario. Se prioriza "estar ocupados" y terminar tareas, en lugar de cuestionar si son necesarias.

He visto cómo al no tener feedback temprano y trabajar en ciclos largos, se avanza sin validar y se terminan construyendo funcionalidades que nadie pidió o que no resuelven ningún problema importante.

Además, cuando las decisiones están fragmentadas (producto define grandes paquetes, ingeniería ejecuta sin cuestionar, y QA valida después), se pierde la visión de impacto y se tiende a hinchar el backlog con funcionalidades que quedan bloqueadas tras un feature toggle o, directamente, nunca se lanzan.

Al optimizar el todo y alinear cada paso con el flujo completo de valor hacia el usuario, cada funcionalidad se revisa con preguntas clave:
  • ¿Resuelve un problema real y prioritario?
  • ¿Podemos lanzarla en pequeño para aprender rápido?
  • ¿Cómo sabremos si realmente aporta valor?
Así, se construye solo lo necesario, se aprende pronto y se evita transformar esfuerzo en desperdicio.
  • Evitar funcionalidades innecesarias (sobreproducción): Al priorizar valor real para el usuario y trabajar en entregas pequeñas, se validan hipótesis rápido. Así, evitamos desarrollar grandes funcionalidades que después nadie usa o que el negocio decide no lanzar.
  • Reducir esperas y bloqueos (tiempos de espera): Al eliminar silos y trabajar de extremo a extremo, el trabajo no se queda atascado esperando a que otro equipo o función lo retome. Esto acelera el flujo y elimina tiempos muertos.
  • Menos retrabajo y correcciones tardías: Entregar en ciclos cortos y validar pronto permite detectar problemas rápidamente y corregirlos con bajo coste. De lo contrario, pequeñas decisiones locales pueden acabar en grandes refactorizaciones posteriores.
  • Evitar optimizaciones locales inútiles (movimiento innecesario): Optimizar tu propio "departamento" o tu cola de trabajo puede dar una falsa sensación de eficiencia, pero no genera valor si no avanza el flujo completo. Mirar el sistema global evita este tipo de desperdicio.
  • Reducir inventario oculto: Limitar el trabajo en curso y priorizar flujo constante minimiza el inventario de funcionalidades medio hechas o pendientes de lanzamiento, que consumen energía y generan confusión.
  • Menor desperdicio de oportunidad: Al tener una visión clara del todo y estar alineados con el negocio, se evita invertir en direcciones equivocadas y se responde rápido a nuevas oportunidades. Esto reduce el riesgo de perder el momento correcto para impactar al usuario.

En mi experiencia, cuando optimizamos el sistema completo, cada decisión se toma pensando en el flujo de valor hacia el usuario final. Así, cada línea de código, cada validación y cada despliegue contribuye a reducir el desperdicio y maximizar el impacto.

Cómo optimizar el todo: aprendizajes en la práctica

  • Visión extremo a extremo: Desde el problema de negocio hasta el software funcionando y operado por el propio equipo. Sin fragmentar ni ceder responsabilidad a "otros".
  • Flujo sobre ocupación: Dejamos de medir cuánto trabaja cada persona y pasamos a medir cuánto valor fluye hasta el usuario.
  • Prácticas habilitadoras: Pair programming, TDD, CI/CD, limitar el WIP y visualizar el flujo… Son herramientas clave para mantener el sistema sano, adaptable y preparado para aprender rápido.
  • Entregas pequeñas y feedback inmediato: Cada entrega es una oportunidad de aprendizaje. Trabajar en cortes verticales ayuda a priorizar lo que realmente importa, fomenta la simplicidad y reduce el miedo a equivocarse.
  • Colaboración y seguridad psicológica: Transparencia, confianza y responsabilidad compartida. Se fomenta cuestionar, proponer mejoras y experimentar sin miedo.
  • Empoderamiento consciente: Los equipos asumen más decisiones a medida que demuestran capacidad, siempre alineados con el negocio y con foco en el impacto real.

Por qué "Optimizar el todo" importa

Optimizar el todo es crucial porque aborda una contradicción fundamental en muchas organizaciones: la búsqueda de la eficiencia de recursos frente a la eficiencia de flujo. Tradicionalmente, se ha incentivado que cada persona, equipo o etapa de un proceso esté lo más "ocupado" posible, buscando maximizar el uso individual de los recursos. Sin embargo, esta obsesión por la eficiencia local de recursos (que nadie esté parado) suele ser catastrófica para la eficiencia de flujo, es decir, la velocidad y suavidad con la que el valor llega desde la idea inicial hasta las manos del usuario final.

Cuando cada componente del sistema se centra en su propia optimización, se generan cuellos de botella, colas de espera y handoffs que rompen la continuidad del flujo. Paradójicamente, cuando "todo el mundo está muy ocupado" suele ser una clara indicación de que existe un problema importante con el flujo de valor al usuario. El trabajo se amontona, las entregas se retrasan, y la organización está invirtiendo un gran esfuerzo en actividades que no se traducen rápidamente en valor real.

Al optimizar el todo, logramos:
  • Evitar cuellos de botella invisibles que bloquean el valor al usuario, al tener una visión global del sistema.
  • Reducir drásticamente el desperdicio: funcionalidades no usadas, esperas interminables, retrabajo innecesario y la falsa sensación de productividad.
  • Permitir un aprendizaje más rápido y la capacidad de construir solo lo que realmente importa, ya que el ciclo de feedback se acelera.
El verdadero objetivo no es que todos parezcan ocupados, sino que el flujo de valor hacia el usuario sea constante, predecible y sostenible.

Máxima ocupación, mínimo avance. Optimizar el todo es evitar esto.


Conclusión: el impacto transformador

Después de años experimentando con equipos que realmente optimizan el todo, puedo afirmar que ya no quieres volver atrás. Los equipos se vuelven más resilientes, crecen más rápido y encuentran sentido en el trabajo.
He aprendido que optimizar el todo no es solo un principio: es una forma de trabajar que transforma equipos y personas y, sobre todo, maximiza el impacto real para el usuario.
¿Te atreves a empezar a optimizar el todo en tu equipo? El primer paso es atreverse a mirar el sistema completo y dejar de obsesionarse con métricas locales.

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